Gustavo:
Me encuentro leyendo una novela de René Avilés Fabila: El amor intangible. La historia, compuesta por un género maravilloso, el epistolar, trata la relación virtual entre un hombre maduro, evidentemente culto y, una mujer, tal vez, ligeramente más joven que él, igual inteligente, psicóloga: se llama Fátima.
Esta lectura, me resulta trascendente; no me identifico del todo con los personajes, pero sí mucho con su dinámica amorosa.
Pienso en lo frágil del amor en el mundo tangible, cotidiano y, por lo tanto, infinitamente real. También pienso en lo “ligero” del amor profesado entre estos personajes: lo interpreto absoluto, pasional sin duda, pero efímero por intangible.
Pienso en el amor platónico: idealista en gran medida. Me pregunto si será que estos personajes se han enamorado no de una persona, sino del espectro abstracto de sus propias representaciones literarias en las pantallas de sus computadoras.
A pesar de otorgarles el beneficio de la duda, pongo en tela de juicio lo verídico de su amor. Es una contradicción hostigosa, ¿no te parece? Creer lo contundente de un sentimiento expreso a través del correo electrónico o el chat, y al mismo tiempo, juzgarlo, ponerlo a prueba; negarlo, reprobarlo, en todo caso. Perderse en este dilema, ¿daría para construir todo un tratado filosófico sobre el amor intangible o el “nuevo discurso amoroso” a raíz de Internet, no?
Empecé a escribir esta carta por la mañana y me interrumpí porque se me atropellaron las ideas como se me atropellan ahora. No valió la pena reposarlas para parecer cuerdo, ¡ni hablar!
Nuestra conversación de ayer me voló la cabeza. Me sedujeron tus palabras, tus formas correctas y al mismo tiempo completamente incorrectas, deliciosas. Me es impropio dejar de lado estos pensamientos, quería decirte cuánto me enganché en lo sobrio de tus ojos azules y lo risueño de tus gestos blancos… No, no. No es justo dejarlo así, debo soltarlo, aquí va…: en realidad quiero decirte lo apabullante que me resultas, quiero probarte.
…conozco el amor de sobra, he vivido enamorado del amor por siempre. Soy un soñador irremediable, un cursi chocante y nada expresivo en lo que a cursilerías respecta, por cierto, vivo el pánico del ridículo emocional y soy un moralino horroroso.
Conozco, pues, el amor: sé de sus injurias y bendiciones, he besado sus recovecos y temido sus alcances. He amado con locura, tremendamente apasionado. Y porque conozco el sentimiento y su antesala, debo preguntar tu opinión respecto al amor entre Fátima y este hombre culto. ¿Crees en el amor intangible? ¿Te parece lógico, posible, a caso seductor? No hace falta ilustrarte la chispa de nuestra noche de anoche. Lo sé, lo sabes, pasa sólo cuando pasa, nunca más. ¿Será la Internet nuestro medio y nada más, o nos perderemos en lo inconstante de su incertidumbre?
Por mi cuenta, he de comentarte lo antipático que me resulta la cortesía en extremo, esa que estorba y nada más avergüenza. Si de preferir se trata, prefiero la practicidad. Eso no significa, desde luego, que deje de apreciar, incluso a necesitar, la galantería y el cortejo habitual, ese de manos sudorosas, latidos incesantes y besos de lengüita (en el momento justo, firmes y nada babosos). Me divierte mucho y despierta el interés, tratar de descifrar a una persona por cómo y qué escribe -será que me casé muy pronto con la literatura-, pero como dice una canción de Roberto Carlos, yo soy de esos amantes a la antigua/que suelen todavía mandar flores/de aquellos que en el pecho aún abrigan/recuerdos de románticos amores…
No sé estar sin estar verdaderamente ¿entiendes o estoy de revoltoso? Digo, pues, que dejar nuestro encuentro correr en la infinita amplitud de la Internet, sería un desperdicio…
Pensé llamarte muy temprano y me detuve justo marcando el número… me tacharías de loco desesperado, de infantil y arrepentido. Preferí esperar, siquiera, unas horas. Por eso empecé esta carta, para saciarme el ímpetu. Quise llamarte para preguntar si aún estaba en pie la invitación, me imaginé a tu lado rumbo a la sal del viento, rumbo al sol (por muy nublado que sigan estos días)… Pero la fantasía se redujo a un instante como en una fotografía, no supe nada a partir de ese momento. Era una locura viajar juntos sin habernos conocido siquiera. Sólo quería verte, estar cerca de ti, para escucharte hablarme por horas, dejarme seducir y llevarme a la cama para únicamente acurrucarnos y tener así, en nuestro primer encuentro imaginado, un gesto bondadoso, el más tierno y desinteresado: dormir, sólo eso.
Aprieto el celular contra mi pecho, lamento no sea una hoja de papel amarillento que contenga un breve texto escrito por tu puño y letra: “Hola, peque. Voy para Veracruz y pienso en la amena charla de anoche. Salu2″.
Israel.
Escrita por: israelpintor