domingo, 30 de marzo de 2008

UN POEMA DE MARIO VARGAS LLOSA EN HOMENAJE AL CREADOR DE ILÍADA Y ODISEA

UN POEMA DE MARIO VARGAS LLOSA EN HOMENAJE AL CREADOR DE ILÍADA Y ODISEA

Padre Homero
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todos los días podemos darnos el lujo de leer un poema de quien es sin duda el mayor novelista peruano de todos los tiempos. Atendiendo al pedido de contribuir con nuestro número de aniversario, Mario Vargas Llosa nos sorprendió al enviarnos estos versos, que van en homenaje ciertamente a un poeta, pero también a un magnífico fabulador. Huelga decir que es un placer compartir este texto con ustedes, queridos lectores.

PADRE HOMERO

No sabemos si era uno o muchos
Ni siquiera sabemos si existió o lo inventamos para dar un dueño y una leyenda a los poemas que fundaron el mundo en que vivimos.

Las cuencas vacías de sus ojos iluminan como dos soles las aguas, las islas y las playas del Mediterráneo.
Tampoco sabemos si las historias que cantó tuvieron raíces en la historia real o fueron fantaseadas por su imaginación incandescente.

Yo lo adivino como un viejecito bondadoso
y excéntrico
divirtiendo a niños y ancianos
con fabulosas aventuras
de guerreros y monstruos
en una época inusitada en que hombres y dioses
andaban entreverados
y las batallas se ganaban
con caballos de madera,
elíxires y magias.

Lo diviso entre sombras y
chisporroteo de fogatas, en
aldeas con olor
a vino y aceite,
pulsando su lira
acompañado por el murmullo del mar
y la resaca,
rodeado de caras expectantes.

Su fantasía y su verba
embellecían las anécdotas
que traían los marineros de sus viajes:
las canciones voluptuosas
de las sirenas, los mordiscos de Escila
y los soplidos de Caribdis
que hundían a los veleros
y los náufragos que se tragaba
Polifemo.

En el corazón de sus mitos
palpitaban
las chismografías de los ancianos,
las endechas de las viudas y
las letanías de las madres
cuyos hijos raptaron
los piratas
para convertirlos en remeros.

Imagino su cabeza como
un volcán que crepita no lava
ni fuego
sino historias,
una sinfonía de heroísmos, apariciones, pesadillas,
bravatas, amores, hechicerías
y fastuosas celebraciones
de dioses y diosas
con hombres y demonios.

Nadie sabía de dónde venía
ni adónde iba.
Sus barbas eran blancas y
sus ojos, antes de vaciarse,
habían sido azules.
Su túnica tenía mil
remiendos
y sus sandalias
tan gastadas
habían dado la vuelta al mundo
y al trasmundo.

El encanto de su voz
la suavidad de sus palabras
el color y la fosforescencia
con que narraba
daban a sus historias
la fuerza contagiosa
de la danza y la música,
esa estela que perseguía
a sus oyentes
en el sueño
y los incitaba a aprender sus versos
de memoria
a repetirlos de padres a hijos
de pueblo en pueblo
y de siglo en siglo,
hasta nosotros.

Gracias, abuelo,
inventor del Occidente.
Qué pobre
sería nuestra historia sin tus historias,
qué mediocres
nuestros sueños
sin tus sueños.

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